Información tomada de cambiocolombia.com
Por: Ana Bejarano Ricaurte
Noviembre 2024 03:11 am
Las Madres de Falsos Positivos de Soacha y Bogotá (MAFAPO) son un movimiento histórico por la defensa de los derechos humanos en Colombia. Sin madres, como las de Soacha y otros colectivos, no hubiese sido posible construir la memoria que por ahora tenemos sobre las ejecuciones extrajudiciales que cometió de manera sistemática y masiva el Ejército contra la población civil. Es el trabajo de tantas madres buscadoras en Latinoamérica que son sinónimo de resiliencia y verdad.
Fueron ellas las que identificaron contradicciones y falsedades en los relatos con los que el Ejército pretendía pintar a sus hijos como guerrilleros para justificar su asesinato. Por ejemplo, el hecho de que las botas de caucho, tan características del atuendo subversivo, estaban puestas al revés o ambas correspondían al mismo pie y otras inconsistencias del vestuario, como estar usando sudadera debajo del uniforme a 35 grados centígrados de calor.
Por eso las botas se hicieron símbolo del dolor causado por esa aberración sistemática que se apoderó de las Fuerzas Armadas por décadas.
Las madres, como solo ellas lo saben hacer, tomaron ese símbolo y lo convirtieron en una manera de narrar y transitar su dolor.
Hace más de un año MAFAPO, en alianza con la Fundación Rinconesarte, decidió tomar las botas caucheras para resignificarlas y usarlas como vehículos para hacer memoria del horror que sufrieron a manos del Estado.
Recientemente las botas llegaron al centro del poder en Bogotá en la Plaza Núñez, donde se expusieron varios ejemplares. Esta semana el congresista Miguel Polo Polo decidió ensuciar y desconocer el dolor y se puso a la tarea de botar en bolsas las piezas que consideró basura. Y subió todo esto en un video a sus redes sociales.
El flamante parlamentario aprovechó para impulsar su discurso negacionista con el que busca desconocer la cifra de 6.402 víctimas, ratificadas por la Fiscalía General de la Nación, la Jurisdicción Especial para la Paz, el Centro Nacional de Memoria y varias organizaciones de derechos humanos.
Nada de esto sorprende porque una simple búsqueda sobre Polo Polo en internet demuestra que su plataforma política es el odio. Todas sus intervenciones son un impulso para fomentar la violencia discursiva. Su paso por el Congreso no ha dejado por ahora ninguna propuesta sustancial o intercambio de argumentos importantes.
Tampoco ha liderado ninguna causa que justifique su cuestionada y demandada curul en representación de los afro en Colombia. No basta con ser negro para hablar por ese pueblo. Y lo claman las mismas comunidades. Esas curules, que ahora ocupa abusivamente el congresista del odio, se idearon para asegurar un lugar en el Parlamento a los históricamente discriminados, para que se traten los temas que incumben a esos electorados.
Nada: solo insultos y videos para redes sociales con los que el congresista busca viralizarse esparciendo veneno. Claro que esa es una moneda de cambio que cotiza al alza en estos tiempos. Miguel cumple su tarea de ser lo que siempre fue: un agitador de mentiras en redes sociales.
El espectáculo que vimos esta semana es, además, la censura de una pieza artística, un incumplimiento —otro— de las responsabilidades de Miguel Polo Polo como funcionario público. Lo bueno es que los actos de silenciamiento siempre sirven para regar más luz, como ocurrió con la ola de discusiones e indignación que despertó. Pero más allá de la Carta Interamericana de los Derechos Humanos, de la Constitución y las leyes: ¿qué tiene que pasar por la cabeza y el corazón de una persona para arrastrar así el dolor de unas madres que buscan a sus hijos?
Un daño semejante solo puede ser impulsado por otros similares, como si el congresista estuviese en la eterna búsqueda de un resarcimiento, como si tanto desprecio escupido con esa inquina fuese el resultado de ausencias de cariño y aceptación. ¿Qué le faltará a ese muchacho de 28 años, hijo de dos fundadores de una iglesia cristiana en Tolú, para comportarse con semejante crueldad?
La presencia de Polo Polo en el debate público es el reflejo de la desmoralización de nuestra política.
La creencia, en camino a generalizarse, de que la contradicción ideológica es carta blanca para acabar con el contrario. Puede que esa sea una eficiente manera de hacer política, pero el odio que mueve a Polo Polo jamás superará el amor que impulsa a las madres.