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“Hay que recuperar lo que significa ser de izquierda”

Alberto Benavides Mora, Senador por el Pacto Histórico

“Hay que recuperar lo que significa ser de izquierda”

Acudimos a la virtualidad como escenario de un primer encuentro y una primera conversación con el senador Alberto Benavides Mora. Sin cámaras, a través de la palabra y los timbres de la voz y de los silencios, vamos trenzando el juego de interrogar y brindar respuestas que puedan aportar en el decisivo momento político en que se encuentran los pueblos de Colombia, América Latina, Estados Unidos, Europa, Rusia, China,… los pueblos del mundo.

Llama la atención, desde el primer momento, su pasión por estudiar y comprender. Y una palabra en la que revela su forma de contemplar e interpretar nuestras realidades: enmarcadas en los contextos histórico y geográficos: en nuestro pasado y en la geopolítica contemporánea, hemisférica y global.

En ese ir y venir de la palabra, le preguntamos:

P.: ¿Qué está sucediendo en este momento del proceso del Gobierno del Cambio?

Alberto Benavides Mora –ABM–. Es clave comprender la situación política que estamos viviendo. Tenemos un gobierno de transición, que no maneja el poder, en todo el sentido de la palabra, pero que en dos años sí ha logrado generar capacidades para hacer cosas tanto en el legislativo, como en las políticas públicas de cada uno de los ministerios.

Creo que es necesario tener una comprensión de la coyuntura. En esta fase hay una dinámica de transformación y al mismo tiempo una fuerza contraria a los cambios. Tenemos una arquitectura del Estado que debemos cambiar para reencausar el Estado en lo que significa un Estado de derecho. Y tenemos la emergencia de embriones de poder popular y de la capacidad del poder constituyente. Tenemos un Acuerdo Nacional que permita sacar adelante una agenda de derechos sociales.

Son iniciativas nada fáciles de sacar adelante, y procesos apenas embrionarios que para potenciarse demandan mayor liderazgo de los movimientos sociales. Como parte de ello, del ajuste institucional, avanzamos en algunos aspectos, por ejemplo con la trasformación del artículo 64 de la Constitución Nacional. Un texto constitucional que reconoce los derechos del campesinado y de la vida campesina es parte de lo que podría encuadrarse en un acuerdo nacional y las reformas constitucionales en que se plasmaría un acuerdo de esa naturaleza. Esto que se logró con el campesinado de Colombia como sujeto constitucional de derechos, también podría lograrse con el Plan Nacional de Desarrollo o con la Reforma Tributaria.

En el otro plano,  es necesario observar lo que acaba de ocurrir con Fecode, con su movilización para impedir que fuera aprobada la Ley Estatutaria de Eduación. Fecode se moviliza generando una alerta, tanto al gobierno como al Congreso, a las distintas bancadas, incluida, por supuesto, la del Pacto Histórico. Exige la atención al tipo de reforma que estaba en curso con el proyecto de Ley Estatutaria de Educación, solicita el examen de las bases y la orientación de esa reforma. Esta es una expresión del poder del movimiento social y popular.

P. ¿Qué cambios, que se puedan traducir en las condiciones concretas de la vida de las comunidades, ha logrado en  los dos años del actual gobierno la bancada del Pacto Histórico?

ABM. Creo que hay dos cosas fundamentales. La Reforma Tributaria, y el Plan Nacional de Desarrollo, sin dejar de lado otros avances que ya veremos.

Veámos. La reforma tributaria, lo confirman compañeros que han estado al frente de gobiernos en Brasil, Chile, Bolivia, Ecuador, México, es progresiva sine qua non.

Esta reforma, progresiva, generará una pauta de reformas tributarias en toda nuestra región en el sentido de que quienes más tengan, por decirlo en términos coloquiales, más aporten fiscalmente; además está orientada a transformar el rentismo en capacidades productivas.

Es por ello que fue lamentable lo que hizo la Corte Constitucional frente al mundo de las regalías al impedir que ingresaran al presupuesto general de la nación. Pero aún y con esa afectación a los recursos destinados a las transformaciones sociales, la reforma tributaria se traducirá en mejoras de las condiciones de las comunidades con mayores y más urgentes necesidades.

Por su parte, el Plan Nacional de Desarrollo aprobado tiene una novedad de especial importancia y es la manera como aborda las problemáticas sociales. No las aborda sectorialmente, sino en términos estratégico-programáticos. ¿Qué significa esto? El primer transformador es “Justicia social y seguridad humana”, y es al que se ha destinado mayor parte del presupuesto. El segundo transformador corresponde a “Convergencia regional”. El tercero es “Ordenamiento social alrededor del territorio”. Y el cuarto, “Transformación productiva y cambio climático”. En fin, el Plan aprobado tiene una forma de entender y abordar los problemas de modo estructural y con una proyección que sostendrá durante más de tres lustros sus efectos sociales.

Es necesario destacar, de igual manera, lo que significa haber transformado el artículo 64 de la Constitución Nacional, y haber logrado aprobar las bases de una transformación agraria con una valoración de las múltiples dimensiones de la vida campesina, no solo la productiva, sino la territorial-ambiental y cultural unida a la noción de clase social. En este marco se aprobó la Ley Estatutaria de la Jurisdicción Agraria, que permitirá la resolución de conflictos en torno a la tierra.

No pueden quedar olvidadas las reformas sociales: la pensional, la laboral y salud. La aprobación de la pensional, un logro de extraordinario significado humano. La aprobación en la Cámara de la laboral, y el debate suscitado por la de salud, son pasos de enorme importancia. La Corte Constitucional ratificó la necesidad de la intervención en el sistema de salud.

Es muy importante el debate suscitado por la Ley Estatutaria de Educación, texto de cuya ley no tenía ni los alcances ni la capacidad de transformación que caracteriza a la Ley de jurisdicción agraria. Desde el principio, el texto de la Ley Estatutaria de Educación era melifluo, demasiado institucional. No agarraba por los cuernos lo que hizo la Ley 30, que mercantilizó la educación. Pero aún así, generó un debate en el Congreso y en la nación que ha sido importante. Hay un ambiente favorable para un nuevo proyecto de ley en educación que reverse el proceso de mercantilización que tantos estragos ha causado, en especial en la educación superior.

Estos avances tienen un valor extraordinario si tenemos en cuenta que venimos de décadas de una cultura política en la que la violencia no ha sido cuestionada ni moral, ni económica ni políticamente. La desigualdad y el despojo han establecido la angustia y la desesperación diaria en 19 millones de connacionales que enfrentan el hambre, no tienen para los tres golpes. La expresión de la desigualdad nuestra es el hambre. 19 millones de personas, la mayoría de ellas ubicadas en lugares estratégicos de la riqueza extractivista. Y, por otra parte, la violencia política. Si te mueves entre el hambre y la violencia, la capacidad de establecer en democracia un cambio se mueve en un margen muy estrecho entre los límites de la Constitución y las leyes, y la potencia de la fuerza social organizada y sus presiones.

En todo esto veo un logro, un avance notable, porque ni se ha tratado ni se trata de tener una varita mágica que permita realizar transformaciones que no se han logrado durante décadas. Lo que hemos alcanzado hasta ahora en Colombia, se debe a la lucha social, que aquí ha sido tremenda, por las circunstancias tan adversas en las que se ha desenvuelto. También hemos tenido la capacidad de reunirnos y desdoblarnos, como fuerzas políticas democratizadoras, en medio de coyunturas políticas que nos han permitido avanzar.

P.: Sin duda, es necesario tener conciencia de la gradualidad de los procesos. Creo que es nuestro deber contemplar con serenidad el momento en el que nos encontramos e identificar las fallas, los errores, las debilidades que amenazan con ralentizar o estancar los cambios que al ser experimentados por la población detonan su participación y su acompañamiento al proceso de transformación.

ABM. Sí, hay una serie de vacíos y de errores. Hay que decirlo con claridad. Voy a señalar tres que considero importantes. Primero, no veo una orientación política clara frente a la Paz Total. Y esto ha dificultado muchas cosas. Escuché con profunda atención la declaración del Presidente electo en julio de 2022, antes de posesionarse, y escuché el discurso del Presidente el 7 de agosto al posesionarse en el cargo. En esas declaraciones había un marco claro frente a la Paz Total.

Pero una vez iniciados los acercamientos, instaladas las mesas y puestos en marcha los diálogos, hoy no vemos una política clara frente a la Paz Total. Hace pocos días dialogábamos con amigos de México y contrastábamos las situaciones de nuestras dos naciones. Claro, tanto el pasado como el presente de los dos países son diferentes, pero pese a las inobjetables diferencias, allí es posible percibir un plan que combinaba una serie de procesos de fortalecimiento institucional-social y un dispositivo de seguridad e inteligencia frente al tipo de violencia que enfrentan. Nosotros no podemos describir un plan similar en el escenario de la Paz Total.

Hace pocos días el ministro Cristo hizo unas declaraciones que revelaron la necesidad de tres cosas: un presupuesto social en las zonas de mayor complejidad por los conflictos armados, un manejo territorial y un manejo de seguridad. Esto, me parece, no ha estado claro en este gobierno. Y esto implica muchas distorsiones no solo frente a la Paz Total, sino frente a la ejecución presupuestal. Si no hay claridad en estos tres puntos, la ejecución presupuestal se vuelve azarosa. Hay unas claridades: las regiones más olvidadas en términos de ejecución presupuestal: Guajira, Chocó, la Amazonía. Pero al no existir una orientación y un plan claro, la ejecución presupuestal se vuelve dispersa y su capacidad de resolver de modo estructural los problemas se minimiza. La población, en especial, en las zonas con condiciones más críticas, no ven cambios en sus circunstancias concretas de existencia. No hay una comunicación, coordinación y cooperación institucional. De esta manera, líneas principales, aspectos estratégicos del Plan Nacional de Desarrollo, apenas se están dibujándose hoy.

El segundo aspecto que quiero señalar es que resalta  una curva de aprendizaje muy lenta por parte de la institucionalidad del Gobierno del Cambio.

El tercer punto tiene que ver con que nosotros, como bancada progresista, estábamos acostumbrados a la oposición, a la resistencia social y a la oposición política. Pasar de la resistencia social al proceso constituyente implica un cribaje. No es un tránsito fácil ni instantáneo: hoy resisto a la muerte, al despojo y al desplazamiento, y mañana estoy en un proceso deliberativo constituyente. No de asamblea constituyente, sino de creación de capacidad de decisión soberana.

Hay sectores sociales y políticos que quedaron en una especie de inercia. Hay un descreimiento extendido en la institucionalidad. Venimos de una historia con expresiones terribles como: “robar en las justas proporciones” , “aquí no va pasar nada”, “él roba, pero hace” “aquí siempre van a ganar los mismos”.

Convocar al poder constituyente en medio de una suerte de inercia escéptica es muy difícil. La llegada del gobierno progresista quebrantó en parte ese descreimiento generalizado en la posibilidad de un cambio. El llamado al proceso constituyente es un acto de compromiso con el pueblo colombiano, diciendo, ¡Sí podemos! ¡Como ciudadanos y como gente del común, somos posibles! En todo caso no es fácil, porque hemos vivido décadas y décadas experimentando, sintiendo la imposibilidad y afrontando la persecución y la muerte cuando hemos intentado cambiar las cosas. Estamos justo en ese momento en el que nos asomamos a nuevas realidades y nos desprendemos de la inercia, del descreimiento y la apatía. Es un momento de transición.

Muchas dirigencias hoy señalan y condenan, sin tener presente que venimos de un pasado de violencia y hambre con una fuerza inercial tremenda, que estamos intentando dejar atrás, y, al mismo tiempo, enfrentamos poderosas fuerzas, dentro y fuera de la arquitectura del Estado, que se oponen al proceso de cambio. Por ejemplo, es inédita la actitud y el accionar del Consejo de Estado. La ofensiva mediática sobre el gobierno también lo es. Hay una serie de distorsiones, de desinformación y de falsedades que propagan los medios, y si el gobierno responde lo acusan de atacar la “libertad de prensa” y le exigen quedarse callado ante sus infundios. Aquí no se ha cerrado ningún medio ni se ha encarcelado a ningún periodista. Lo único que ha hecho el gobierno es responder a las mentiras y las tergiversaciones, y pedir un debate amplio e informado sobre las acusaciones y condenas que formulan.

Además, hay un marasmo por parte de la oposición, que no tiene argumentos para desvirtuar la necesidad de los cambios propuestos, pero su posición es evitar que sea este gobierno el que adelante las transformaciones.

Y junto a todo lo anterior, el fantasma de un posible golpe, duro o blando, se mantiene. Ya lo vimos en Brasil, en Bolivia y en Perú. Y moverse en esta atmosfera enrarecida es también muy complejo.

P.: Desde hace tiempo sabemos que el control de los imaginarios es estratégico para conservar el orden de expoliación y de exclusión. Cada semana, los sectores políticos de izquierda o democráticos se quejan de la labor nefasta de los medios, pero ni antes de este gobierno, ni con él, percibimos una estrategia de comunicación alterna y un proceder ejemplar que eleve la comprensión, y convoque la fe y el entusiasmo ciudadano. Tampoco vemos vigilancia crítica al interior de las fuerzas políticas del cambio y la democratización.

ABM. Lo primero que debo decir es que no hay partido de gobierno pero sí una coalición diversa. El Pacto Histórico no es un partido de gobierno. A su interior hay trece partidos u organizaciones políticas. Tres de ellos con igual importancia, más allá de su tamaño y tiempo de personería –Colombia Humana, Unión Patriótica y Polo Democrático Alternativo– que fueron los que impulsaron el Pacto inicialmente. Ser variopinto es una virtud.

Vivimos en la última década un acontecimiento político que unió tres tiempos. Uno de larga duración, interrumpido por el proceso de paz. Otro de mediana duración, que es el neoliberalismo, interrumpido por las movilizaciones acaecidas entre 2019 y 2021. Y un tiempo de corta duración, que es el proceso electoral y que logra interrumpir por primera vez nuestras terribles fragmentaciones, y logra consolidarse en una alianza coyuntural que es el Pacto Histórico. La combinación de estos tres tiempos permite un acontecimiento político que es el que estamos viviendo. Sin esa combinación de proceso de paz, movilización y unidad, no estaríamos viviendo este momento.

A pesar de sucesos tan notables, sigue pendiente una reflexión sobre este acontecimiento en términos políticos y organizativos. Nos quedamos solo con la coyuntura. Por eso no hay una deliberación sobre el programa. Estamos anclados en la coyuntura, ¿qué hacer con el aparato? si lo llamamos ¿partido único? ¿le ponemos nombre a los candidatos? Pero tenemos un vacío con relación a los dos primeros tiempos: ¿qué hacer con el proceso de paz?, que es un tema programático y para resolver problemas estructurales. ¿Qué implica poner término al neoliberalismo? Un modelo que en Colombia está combinado con formas mafiosas, narcas, rentistas. Esta discusión no la hemos hecho con profundidad en el Pacto Histórico porque no somos un partido, no hay un escenario de discusión. Hasta que no tengamos un partido, un frente unitario, tendremos un déficit gigante.

Aquí no se ha logrado, en parte por la presencia de una suerte de posiciones egocéntricas complejas. No lo hemos resuelto.

Además, y esto está relacionado con lo anterior, no estamos encarando en términos políticos un debate contrahegemónico. Si lo estuviésemos encarando, tendríamos dispositivos pedagógicos, educativos, comunicativos. No tenemos una apuesta de país. Ahí tenemos un déficit gigante en términos de generar proyecto pedagógico, proyecto educativo, proyecto comunicativo y proyecto organizativo, pensando contra hegemónicamente, no solo pensando en términos de cálculo político, de esto que me va a dar a mí.

Es nuestro deber cubrir este déficit. Lo hemos discutido. La bancada del Pacto es muy variopinta. Lo mismo que el Consejo de Ministros. No creo que toda la gente de la bancada del Pacto se considere de izquierda. Tampoco creo que toda la bancada se considere progresista. Seguro sí que todos se consideran y son demócratas. No hay una discusión orgánica y esta es una deuda que tenemos que saldar este año. Sin esta discusión orgánica interna no tendremos unidad. Y si no tenemos unidad, perdemos la continuidad del proceso de cambio. La mentalidad del cálculo, de beneficios particulares en el corto y mediano plazo, es incompatible con esta discusión.

Además, y esto no tiene una importancia secundaria, nos falta formación interna. Comprensión de la formación social colombiana. Comprensión de la coyuntura internacional y de los debates políticos y económicos que se están desarrollando en el contexto internacional. No podemos soslayar la importancia de lo que acaba de ocurrir en Inglaterra y en Francia.

Nos falta también caminar y conversar en las veredas y en los barrios. Si no hacemos estas tareas, no podremos cumplir con, más que un reto, con una responsabilidad que tenemos con nuestra nación, que es garantizar una vía democrática de transformación.

En este momento, junto a México, somos un referente en América Latina y para la izquierda global. Tenemos el deber de estar a la altura de un debate desde América Latina con el devenir mundial. Y esto nos exige construir un partido unitario, ejemplar por su vocación de estudio, por la construcción de un programa que responda a las necesidades y enormes desafíos de la hora presente, y por potenciar la fuerza popular. Si hay algo notable en Colombia es la fuerza popular. Hay que recuperar lo que significa ser de izquierda. No solo luchamos por los derechos políticos, también, y esto es fundamental, por los derechos sociales. No solo queremos niveles de vida aceptables, sino procesos de redistribución que determinan mejores condiciones materiales reales y que elevan valores fundamentales. Podemos comunicar un nuevo optimismo en la humanidad, en la capacidad de los trabajadores y las trabajadoras para forjar una mejor humanidad.  

Por: Héctor Arenas

Información tomada de desdeabajo.info

 

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de Noviembre 4 de 1970

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