Lo vi marchar por entre una muchedumbre que lo vitoreaba, que lo quería tocar, abrazar, besar, venía rodeado por un círculo de fuerza humana compuesto por varios varones robustos que juntaban sus hombros, aferrados a los brazos de sus compañeros para hacer una barrera de puro músculo impenetrable hacia el presidente Gustavo Petro. No pude despegar mi vista de esa cámara que se convirtió en mis ojos, en mis oídos, en mi piel para experimentar tan vívidamente lo que era estar ahí en medio de la turbulencia de un gentío olvidado de sí mismo para entregarse a su líder que presidía, no sólo el país, sino la marcha más importante del pueblo, la marcha del primero de mayo, Día del trabajador.
Fueron unos minutos alucinantes como si estuviera en persona sintiendo el forcejeo descomunal de los guardaespaldas presidenciales contra ese río turbulento, efervescente, caudaloso, repeliendo los empellones del gentío. Se les veía la angustia, la atención disparada sobre cualquier acontecimiento que pudieran hacerle daño a sus protegidos, olvidándose de sus propias vidas por cuidar la vida de su presidente y la de su familia. Los que iban dentro de ese cordón humano a veces se notaban un poco nerviosos, pero, él, Gustavo Petro, iba sereno, tranquilo, feliz, en esas aguas como un pez, en las aguas del pueblo, sus aguas.
Los presidentes de Colombia que por costumbre han surgido dentro de la élite, también por costumbre nunca bajan del palacio para marchar por las calles que todos los días camina el pueblo, el vendedor de lotería, la recepcionista, el embolador de zapatos. Por eso la gente estaba feliz este primero de mayo porque, el presidente bajó a las calles a estar con ella porque, nunca ha olvidado de dónde viene. Gustavo Petro no olvida que, como pueblo pasó frío, hambre, desesperación por querer educarse en una universidad, angustia por un médico que no atendía, depresión por estar lejos de su patria.
Por eso pidió permiso a los organizadores de la marcha, los trabajadores, para caminar con ellos y hablarles desde la tarima central y así, defender lo que prometió en campaña a la gente pobre, quitarle de encima el padecimiento diario de unas jornadas de trabajo esclavizante como casi ninguna en este mundo; la angustia de llegar a la vejez sin pensión; de ver crecer los hijos sin estudios; de ver enfermar a los seres queridos y verlos morir porque, no consiguen la autorización de una empresa para vivir. El presidente llevado por la corriente de seres humanos subió a la tarima donde se darían hechos históricos nunca sucedidos en la política de Colombia.
Gustavo Petro no hace la revolución estilo Siglo XX, él sabe que eso hoy es casi un imposible, él la hace a su manera, una revolución desde un gobierno, desde la Constitución, porque, en medio de esta amenaza fascista de la derecha que le ha respirado en la nunca a Colombia los últimos treinta años, la Constitución ha sido vaciada de democracia, depreciada, entonces, el presidente la recoge, se arma con ella, la aplica con el espíritu social que la recorre para usarla en defensa de la vida de los colombianos llevados al borde de la muerte por la oposición. Ya en la tarima se revela democráticamente contra Israel, rompe relaciones con ese país debido al genocidio que comete contra Palestina. Es la defensa por el derecho a vivir de un pueblo que Israel quiere desconocer porque le puede su afán expansivo. Defensa desde Colombia, desde Sur América, ante países como Estados Unidos, China, Francia, Alemania, entre otros poderosos del mundo que han sido incapaces de ser contundentes contra Israel. El presidente defiende la vida en cualquier parte de la Tierra, condenando el genocidio en Gaza deja en claro que condena el cometido aquí en Colombia.
Un hecho revolucionario que pasa desapercibido, pero que implica un salto cualitativo en la subjetividad de los varones es la mención que hace Gustavo Petro de los bebés cuando habla del genocidio en Gaza, bebés, palabra ignorada por los los políticos mujeres y varones, tal vez porque los bebés no pueden votar. Después, el presidente ondeó por unos segundos la bandera del M19 y de nuestro país juntas, contó la verdad en la tarima sobre la creación del movimiento M19: fue la protesta ante el robo que hizo la derecha de las elecciones de 1970 ganadas por Rojas Pinilla, regalada a Misael Pastrana. Pero, lo que llenó de encanto revolucionario fue el himno de la Internacional entonado por un presidente electo democráticamente abrazado a su hija, emocionado, mientras ella lo miraba con profundo afecto; vimos al pueblo raso coreando agrupémonos todo en la lucha final y se alcen los pueblos por la Internacional, el canto más odiado por el capitalismo, pero el más amado por los pueblos del mundo.
Un dron filmó kilómetros de ese torrente de personas que desembocaba en la Plaza de Bolívar como un inmenso lago de colores, una panorámica irreductible a cualquier intento de la oposición por desacreditar el respaldo del pueblo hecho con música de tamboras, de cumbia, de merengue, salsa, de gaitas desde todos los territorios con alegría profundamente sincera por acompañar al presidente Petro.
La Colombia que defiende la vida contrarrestó con arte, creatividad, fiesta y alegría a aquellos que desfilaron por la muerte en días pasados. La oposición creyendo que era una gran idea portar ataúdes pidiendo la muerte de Petro no se percató que, lo que hicieron fue exhibir ante Colombia y la comunidad internacional la visión macabra que tiene del mundo. La ausencia de humanismo. La carencia de formación política porque, resuelven los desacuerdos reduciendo a cadáver al opositor, eso no es política, es estancamiento evolutivo de la especie humana. La oposición no ha alcanzado el peldaño más alto que es el uso de la razón a favor de la vida de todos; se quedaron con el cerebro reptil sin llegar jamás al lóbulo frontal donde está el razonamiento ético.
La marcha del presidente con su pueblo el primero de mayo, Día del Trabajador, dejó en el aire la feliz sensación de que nuestra historia toma otro rumbo, allá va…, alejándose de esta oscuridad guiada por un líder para quien la revolución es nunca perder las mayorías populares, nunca perder el lazo de cariño y de amor que nos junta con el corazón del pueblo, nunca perder por soberbia el amor popular y, ante una foto de una mujer triste, entrada en canas que sostiene un cartel donde dice que marcha por su pensión, el presidente le escribe todo por ti, trabajadora de mi alma. Ese, a quien vi feliz entre la gente, hoy, es un revolucionario.
Por LUCERO MARTÍNEZ KASAB*
Información tomada de lanuevaprensa.com.co