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Los residuos de los incendios son tan peligrosos como el fuego

Investigaciones realizadas en el Santuario de Fauna y Flora de Iguaque, una de las zonas protegidas andinas más afectadas por los incendios forestales, muestran la necesidad de incrementar las acciones para la recuperación, y sobre todo la prevención. Pese a las cicatrices ambientales dejadas por las llamas en estos ecosistemas, no existe un plan pos fuego de largo plazo eficaz, expertos sugieren uno.

1927, 1990, 1993, 2010, 2012, 2015, 2018, 2023… los incendios forestales acechan el Santuario de Fauna y Flora de Iguaque (Boyacá) desde hace casi un siglo y cada vez se presentan con mayor frecuencia; hace solo unas semanas las llamas de las recientes conflagraciones amenazaban con llegar hasta este ecosistema, ubicado entre los municipios de Villa de Leyva, Arcabuco y Chíquiza, epicentro de leyendas muiscas que lo consideraban como la cuna de la vida.

Aunque cuando ocurre un incendio forestal, para controlarlo, a la zona llega organismos como bomberos, Defensa Civil y la Cruz Roja, los cuales aplican el plan de atención de emergencia existente, una vez apagado el fuego no existe una estrategia para gestionar los residuos que quedan en el lugar, por ejemplo, árboles muertos en pie, troncos y ramas caídas y hojarasca resultado de la afectación que sirven como combustible vegetal para la próxima conflagración.

“Durante las temporadas de lluvia la vegetación crece, y tanto árboles y arbustos como otra vegetación de sotobosque absorben agua manteniendo la humedad, haciendo esos ecosistemas menos propensos a arder. En contraste, las olas de calor y sequías crean condiciones ideales para que estos combustibles vegetales, tanto vivos como muertos, se convierten en biomasa seca y terminen alimentando grandes incendios, eso sí, siempre que haya una chispa que los inicie”, explica la profesora Dolors Armenteras, directora grupo de Investigación en Ecología de Paisaje y Modelación de Ecosistemas (Ecolmod), de la Facultad de Ciencias de la Universidad Nacional de Colombia (UNAL).

Dos investigaciones realizadas en Iguaque por Ecolmod, una en 2019 y otra en 2023 muestran lo importante que es conocer los impactos de los incendios para orientar las acciones de recuperación, y sobre todo la prevención de futuros incendios.

El trabajo de la bióloga Natalia Salazar Latorre, magíster en Ciencias - Biología, que analizó cómo respondieron los bosques de roble de algunos sectores del Santuario de Fauna y Flora de Iguaque (Villa de Leyva) a los incendios ocurridos en 2015, evidenció que estos árboles nativos son esenciales en la recuperación.

De otra parte, la ingeniera forestal Alejandra Reyes Palacios, magíster en Biología, monitoreó la zona y la encontró vulnerable por la alta carga y concentración de “combustibles naturales”, el incremento desmedido del helecho marranero y la pérdida tanto de robustez de la corteza interna del roble andino como de humedad en sus hojas.

La profesora Armenteras afirma que este es un problema que genera preocupación por varias razones. “Primero, los incendios en áreas protegidas como esta no solo afectan la biodiversidad única de la región, sino que también tienen impactos duraderos en las comunidades locales, por ejemplo, disminuyendo el caudal de agua en acueductos locales y en el equilibrio ecológico regional, y por supuesto global”.

Agrega: “mi preocupación surge de la observación de que, a pesar de los esfuerzos realizados, los incendios continúan representando una amenaza significativa y seguimos teniendo una reacción de respuesta y no prevención. Esta inquietud se ve agravada por el cambio climático, que aumenta la frecuencia e intensidad de estos eventos. Al retomar este tema, buscamos no solo crear conciencia sino también fomentar acciones concretas y soluciones a largo plazo”.

En ese sentido, ambos estudios proporcionan datos valiosos sobre los efectos de los incendios forestales en los ecosistemas de bosque de roble en el Santuario de Iguaque, aunque desde perspectivas ligeramente diferentes.

Robles resilientes y concentración de combustibles naturales

La primera tesis se enfoca en los impactos directos del fuego en la estructura y composición de los bosques de roble, así como en su capacidad de regeneración y resiliencia ante el fuego. Para llegar a esta conclusión, la magíster Salazar, en un trabajo colaborativo con Parques Nacionales Naturales (PNN), ingresó a la zona afectada, donde ubicó 6 parcelas de 0,9 hectáreas de bosque que no hubieran sufrido los efectos del fuego, y otras 6 en áreas quemadas, para comparar e identificar los cambios en la vegetación.

En estas áreas midió la altura de los árboles de roble, su diámetro, la copa y su estado fitosanitario, y en la zona incendiada analizó la altura a la que llegaron las cicatrices de las llamas en los árboles, si se había afectado su copa, si tenían hojas nuevas y si en el bosque se había generado un proceso de regeneración natural y estaban creciendo nuevas especies.

Para ello se tomaron ramas, cortezas y hojas que se analizaron en el Laboratorio de Ecolmod en Bogotá; la magíster señala que “uno de los resultados principales fue que los robles que hay en el país (Quercus humboldtii Bonpl.) rebrotan después del fuego, al igual que otras especies del mismo género presentes en países del Mediterráneo y que están más expuestas a quemas. También, que aspectos funcionales como altura, grosor de la corteza y capacidad de rebrote de la especie tienen una participación importante en la supervivencia de los árboles; por ejemplo, los más altos o con una corteza más gruesa resistieron mejor los efectos del fuego”.

Sin embargo, otro hallazgo fue que la biomasa aérea disminuyó en los bosques afectados, en contraste con los no afectados, y que, aunque el incendio de 2015 eliminó una proporción importante de árboles y alteró su composición, reduciendo su diversidad.

En contraste, la segunda tesis examinó con más detalle la influencia de los incendios en las características del combustible vegetal, poniendo énfasis en las cargas de combustible y cómo estas se ven afectadas por la composición de especies y la apertura de claros, contribuyendo a un mayor riesgo de futuros incendios. Para ello, entre 2018 y 2019 tomó muestras en 12 parcelas –la mitad con bosque quemado y la otra sana– de los troncos de los árboles.

Así, identificó que en 2018 los bosques quemados en el Santuario contenían cerca de 8,34 toneladas de material leñoso por cada hectárea, en 2019 estas aumentaron a 13,92, lo cual se contrasta con la parte de bosques conservados, en donde solo se llega a 2,99 toneladas.

La ingeniera forestal Reyes afirma que “el problema de los ecosistemas andinos es que no están adaptados al fuego, distinto a lo que ocurre en algunas regiones como la Orinoquia, en donde las quemas se hacen cada cierto tiempo; por eso el impacto es cada vez mayor, e incluso la vegetación que prefiere el calor termina muriendo, es algo insostenible y hay que prestarles mayor atención a las estrategias de mitigación”.

“Juntas, estas investigaciones subrayan la complejidad de las respuestas ecológicas a los incendios forestales en los bosques de roble, desde la regeneración y los cambios en la biodiversidad hasta las variaciones en las cargas de combustible y su inflamabilidad”, anota la profesora Armenteras.

En su opinión, “ambas contribuyen al entendimiento necesario para desarrollar estrategias de manejo forestal y de mitigación de incendios adaptadas a las particularidades de los ecosistemas de montaña tropical”.

Un plan pos fuego eficaz

La persistencia de la amenaza de fuego en este ecosistema se debe a múltiples factores, que incluyen la acumulación de material vegetal combustible, las condiciones climáticas cada vez más extremas debido al cambio climático y, en algunos casos, la falta de implementación efectiva de estrategias de gestión y prevención de incendios.

Desde el incendio de 2015 se han tomado ciertas medidas como la realización de estudios para entender mejor las causas y los efectos de los incendios en la región, así como iniciativas de educación comunitaria sobre la prevención de incendios. Sin embargo, la continuidad de la amenaza indica que estas medidas, aunque importantes, no han sido suficientes.

Para la experta Armenteras, “es crucial intensificar los esfuerzos, mejorando la coordinación entre agencias gubernamentales, organizaciones no gubernamentales, comunidades locales y expertos nacionales, para desarrollar un enfoque más holístico y sostenido en el tiempo que aborde tanto la prevención como la preparación para futuros incendios”.

De los dos trabajos de investigación se pueden extraer varias recomendaciones de gestión orientadas a mejorar la resiliencia de los ecosistemas frente a los incendios forestales y a optimizar el manejo de combustibles vegetales.

Un plan posfuego eficaz debería ser integral y multidisciplinario, abordando no solo la recuperación ecológica del área afectada, sino también la prevención de futuros incendios. Es cierto que la gestión posincendio depende del objetivo. En áreas protegidas estos son de conservación y en algunos casos hay beneficios asociados con dejar en pie los árboles muertos, así como puede haber beneficios ecológicos como fuente de materia orgánica y nutrientes para el ecosistema. Los elementos clave incluirían:

  • Evaluación inmediata: determinar el daño ecológico y las áreas prioritarias para la restauración. Para ello contribuyen los estudios que hicimos en la UNAL y lo que han hecho otras instituciones como el Instituto Humboldt y otros en otras zonas del Macizo.
  • Restauración ecológica: implementar técnicas de restauración adaptadas a las especies y ecosistemas locales, fomentando la resiliencia natural.
  • Prevención y gestión de riesgos: mejorar la gestión de áreas protegidas mediante la remoción de material combustible en las zonas de alto riesgo (ej. senderos), crear barreras verdes e implementar sistemas de alerta temprana.
  • Capacitación y participación comunitaria: involucrar a las comunidades locales en la prevención y el manejo de incendios, mediante la educación y la capacitación, además de evaluar el balance entre los criterios socioeconómicos y ecológicos que correspondan con los objetivos específicos de cada área.
  • Investigación y monitoreo: realizar seguimiento a largo plazo de la recuperación ecológica y ajustar las estrategias según sea necesario.

Aunque es cierto que no existe un modelo único aplicable a todos los sitios, estas directrices se podrían adaptar a las condiciones locales y servir como base para desarrollar planes efectivos posfuego.

Información tomada de periodico.unal.edu.co

Por: Diana Manrique Horta | Periodista Unimedios- Sede Bogotá

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de Noviembre 4 de 1970

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