A nivel personal, detesto al burócrata tomado como individuo. El burócrata representativo, o, mejor dicho, un burócrata cualquiera, es alguien que, reducido a mero otorgador de permisos, se convierte en un sujeto con un poder muy específico y localizado: puede joderle la vida a alguien porque le cayó mal, denegándole un permiso crucial para llevar a cabo un proyecto.
Más allá de eso, este tinterillo del nivel local o nacional, no es capaz de llevar a cabo acciones que transformen positiva y significativamente el territorio en el que vive.
En el último medio siglo, en Colombia, y en la mayoría de los países del mundo globalizado, las grandes áreas de la vida de las personas como la salud, la educación y la vivienda, han pasado de considerarse derechos sociales a servicios sociales. Esto ha sido por obra y (des)gracia del neoliberalismo, que defiende la idea de que el Estado es ineficiente y que las empresas privadas brindan productos de mayor calidad, y por eso, incluso aquello que antes proveía el Estado, ahora está en manos de privados.
Esto ha sido una farsa y solamente ha servido para precarizar la vida de la mayoría de las personas a costa de engordarle los bolsillos a unos pocos empresarios.
Cualquiera que haya estudiado el paso del feudalismo al capitalismo entiende el rol central que el Estado ha tenido en este sistema económico durante toda su existencia.
Por eso, propongo que se debe fortalecer el Estado, para que pueda invertir en proyectos sociales que le permitan a la ciudadanía desarrollar sus capacidades humanas. Porque la gran tragedia de la época neoliberal es que la gran mayoría de la humanidad ha vivido frustrada, con hambre y/o llena de deudas, lo cual no le ha permitido crear los avances científicos, tecnológicos y culturales que podría llevar a cabo si se le diera la oportunidad para hacerlo.
En el campo de la educación, por ejemplo, en vez de que el Estado subsidie la demanda, es decir, a los estudiantes con buenos puntajes del examen ICFES, como viene haciendo ahora, en donde les da unos créditos-beca para que usen como cupones en universidades, lo que debería hacer es subsidiar la oferta, es decir, invertir en la Universidades Públicas, para que puedan contratar una planta docente de tiempo completo, mejorar su infraestructura física, y desarrollar investigaciones valiosas y pertinentes para la Nación.
En el campo de la salud, el Estado subsidia a empresarios privados, dueños de las infames Entidades Promotoras de Salud (EPS) que se encargan de contratar médicos y alquilar instalaciones para ofrecerle el servicio de salud a ciudadanos que puedan pagárselo. En cambio, lo que el Estado debe hacer es subsidiar y operar los hospitales públicos, construyendo más y dotándolos de los equipos necesarios, contratando directamente a los médicos garantizándole el derecho de salud a sus ciudadanos con calidad y gratuidad.
Podría seguir poniendo ejemplos, en el campo de la vivienda se subsidian a empresas constructoras en vez de construir viviendas públicas directamente, y así sucesivamente con la atención a la niñez, la vejez, la alimentación, etc.
Lo que quiero decir, es que es bastante claro lo que, desde el punto de vista de las políticas económicas se debe hacer.
Sin embargo, el problema es que la gran mayoría de funcionarios públicos que trabajan ahora en este sector, y que con toda seguridad seguirían trabajando allí en caso de que un cambio como el propuesto sucediera, están malacostumbrados a estas prácticas desdeñables con las que comencé este artículo: porque muchas veces para obtener ese visto bueno van a pedir coimas a cambio, es una estructura que permite y coadyuva la mentalidad y la práctica clientelista.
Por lo tanto, la tarea que les propongo a quienes estudian y ejercen la Ciencia Política es la siguiente:
Deben de crear el conjunto de prácticas y procedimientos que le permitan al funcionario tener las herramientas y capacidades que posibiliten su incidencia positiva y transformadora en su territorio.
Porque lastimosamente, en esta ola neoliberal, también el funcionamiento del Estado ha caído presa del mantra de la reducción de costos y de la búsqueda de resultados cortoplacistas inermes a costa de la posibilidad de realizar cambios profundos de largo alcance.
Entonces, la administración pública debe ser revolucionada para que opere usando mecanismos que empoderen a sus trabajadores: dándoles tiempo y recursos para darle rienda suelta a su imaginación creativa para generar desarrollo en el país.
Sólo así, el odioso burócrata actual podrá convertirse en un verdadero servidor del público.
Por: Felipe Trujillo Garzón
Información tomada de centrociam.org